El
cerebro está estructurado, tanto macroscópica como microscópicamente, para
absorber y captar información nueva, luego, almacenarla como una rutina. Cuando
ya no aprendemos cosas nuevas o dejamos de cambiar antiguas costumbres, sólo
nos queda vivir la rutina. Pero el cerebro no está diseñado simplemente para
dejar de aprender. Cuando ya no actualizamos al cerebro con información nueva,
este se configura de manera estructurada y se satura de programas de conducta
automáticos que ya no contribuyen a la evolución.
La
adaptabilidad es la capacidad de cambiar. Somos inteligentes y capaces. Podemos
en el lapso de una vida, aprender cosas nuevas, romper con viejos hábitos, cambiar
nuestras creencias y percepciones, superar circunstancias difíciles, dominar
aptitudes y, de manera misteriosa, convertirnos en seres diferentes. Nuestro
gran cerebro es el instrumento que nos permite avanzar a un ritmo acelerado.
Como seres humanos, parecería que solo es una cuestión de elección. Si la
evolución es nuestro aporte al futuro, entonces nuestro libre albedrío es el
modo que iniciamos el proceso.
Sin
embargo, la evolución debe empezar por cambiar al individual. Para alentar la
idea de empezar por uno mismo, piense en la primera criatura, por ejemplo, el
integrante de una manada con una conciencia grupal estructurada, que decidió
separarse del comportamiento habitual del resto. A cierto nivel, la criatura
debe haber intuido que actuar de una manera nueva y romper con la conducta
normal de la especie podía asegurar su propia supervivencia y, probablemente,
el futuro de sus congéneres. ¿Quién
sabe? Tal vez incluso nuevas especies enteras fueron creadas de ese modo. Para
dejar atrás lo que se considera normal en el seno de la convención social y
crear una nueva mente, se necesite ser un individuo, esto vale para cualquier
especie. Ser intransigente con respecto a la propia visión de un yo nuevo y
mejorado, y abandonar las anteriores formas de ser que uno tenía, también puede
codificarse en tejido viviente para las nuevas generaciones, la historia
recuerda a los individuos por semejante distinción. Entonces la verdadera
evolución es usar la sabiduría genética de las experiencias pasadas como
materia prima para nuevos desafíos.
El
modelo mecanicista nos dice que el cerebro, en esencia, está configurado con
circuitos que no admiten cambios: que poseemos o, mejor dicho, que somos
poseídos por una especie de rigidez neuronal que se refleja en el tipo
inflexible y habitual de conducta que solemos ver. La verdad es que somos
maravillas de flexibilidad, de adaptabilidad y de una neuroplasticidad que nos
permite reformular y reprogramar nuestras conexiones neuronales y producir las
conductas que queremos. Tenemos mucho más poder para alterar nuestro propio
cerebro, nuestro comportamiento, nuestra personalidad y, en definitiva, nuestra
realidad, de lo que creíamos posible. (Joe Dispenza)